Monday 29 December 2008

¿Política sin utopía?


El jueves 28 de agosto Barack Obama pronunció su discurso de aceptación de la candidatura presidencial demócrata. El martes 4 de noviembre y ante una multitud concentrada en las plazas y calles de Chicago. Resulta por lo menos asombroso que este hijo de padre africano, criado entre Indonesia, Hawaii y Nueva York, y dedicado por años al trabajo con organizaciones comunitarias de Chicago, haya logrado cautivar al electorado norteamericano con el lema “Sí, podemos” o “Podemos creer en el cambio”.

Resulta por lo menos asombroso porque, vistas las cosas desde nuestro país, parecieran haber escasas personas dispuestas a creer en sueños. Ejemplo paradigmático de esto es que uno de los más brillantes dirigentes de la Alianza por Chile, Andrés Allamand (Tolerancia Cero, TVN, 3 de agosto de 2008), señalara, esencialmente, que el programa de gobierno de su coalición estará centrado en el desafío de la gestión pública. En otras palabras, estaríamos ante lo que Daniel Innerarity ha llamado “política post-heroica” y que describe como “un mundo sin épica o, al menos, en el que los relatos épicos han perdido plausibilidad y capacidad de movilizar. Esto se traduce en el hecho de que la política se ha horizontalizado, es decir, se ha situado en el espacio humano, demasiado humano, sin sublimidad, sin verticalidad” (El País, 26 de diciembre de 2007).

Pero ¿puede haber una política sin utopía? Durante algún tiempo estuve convencido de que no sólo era posible, sino incluso necesario. Tenía 5 años para el Plebiscito de 1988 y debo reconocer que pasé gran parte de los 90’ alejado de las preocupaciones públicas. Sin embargo, en 1999 me cautivó la posibilidad de ver en el sillón presidencial a un socialista que proclamaba el lema “crecimiento con equidad”, y cuya historia personal y política decía mucho sobre los ideales en los que creo. De hecho, llegué a pensar que con la Reforma Constitucional de 2005 se terminaba la POLÍTICA y surgía un estadio de política, centrada en criterios de eficiencia y racionalidad puramente instrumental. Estaba totalmente equivocado.

Alguna vez conversé este tema con uno de los más destacados intelectuales de la Democracia Cristiana. Contra mi intuición original, no rebatió mi argumento “post-heroico” con añejas apelaciones a un supuesto pasado romántico e idealista de la política chilena. Al contrario, su argumentación de sentido común me sobrecoge hasta el día de hoy: las sociedades que tienen metas estrechas terminan logrando resultados aún más modestos.

De alguna manera esa fue la lógica de la transición. El temor –fundado a mi juicio- al quiebre institucional y la férrea oposición de una derecha convertida en guardián del legado autoritario, impidieron la realización de las transformaciones estructurales necesarias. En consecuencia, nos encontramos a comienzos del siglo XXI con un país que aumentó exponencialmente su gasto público en educación, pero que no garantiza igualdad en la calidad educativa de sus menores; que implementa programas modelo en salud y previsión, pero que tiene uno de los diferenciales más altos entre ingresos de ricos y pobres; y que tiene elecciones libres y periódicas de autoridades, pero cuyos ciudadanos desconfían fuertemente de los partidos políticos y del Congreso Nacional.

No podemos caer en el error de creer que esta supuesta política minimalista es sólo eso. En un país como el nuestro, este tipo de política es una promesa tácita de mantención del status quo en que se perpetúan inequidades de oportunidades, de trato y de participación política.

Es posible que el presidente Obama no sea capaz de realizar todo lo que se propone, pero nadie puede negar que, con sus mensajes e historia personal, transformará el panorama político estadounidense de maneras difícilmente imaginables.

La pregunta pertinente en nuestro país no es si puede o no haber política sin utopía. Lo verdaderamente relevante es si un país con una inmensa desigualdad socioeconómica, con educación que reproduce las diferencias de cuna y con una Constitución Política que no representa ni identifica a la mayoría del país, puede darse el lujo de no crear nuevas utopías para el Chile del siglo XXI. En fin, como señalara Norbert Lechner varios años atrás: “La preocupación por ‘¿quien gobierna?’ no apunta solamente a un procedimiento para cambiar pacíficamente de gobierno. Concierne el mando deliberado de los hombres sobre la producción material de la vida. En esta tradición, democracia significa la constitución de la sociedad en sujetos que definen su destino”.