Wednesday 2 April 2008

¿Hacia un nuevo concepto de desarrollo?

El Chile de los 90' cifró sus esperanzas y anhelos en lograr el desarrollo para le Bicentenario. La Concertación ha dedicado gran parte de su esfuerzo en cumplir este objetivo. Recordemos que la coalición gobernante recibió el país con cifras de pobreza del orden del 40% y con un PIB per cápita cercano a los US $4.000. Además, las cifras de alfabetización escolar, acceso a servicios básicos, acceso a vivienda y salud, etc., no eran mucho más alentadoras. Los déficit en esas áreas han sido progresivamente superados, salvo la desastroza distribución del ingreso y la riqueza que aún nos pesa. Sin embargo, el tipo de desarrollo que la coalición gobernante ha propiciado no nos ha dejado conformes. Aunque hemos reducido la pobreza, aumentado el empleo, mejorado las condiciones de vida de muchas personas, parece que hemos perdido algo. ¿Será el momento para replantear el camino seguido de cara al tiempo por venir?

De acuerdo a los indicadores de desarrollo, tanto nacionales como internacionales, la situación de Chile dista de ser preocupante. Nuestras cifras macroeconómicas, el índice de desarrollo humano y la mayoría de las comparaciones internacionales nos colocan en una ventajosa posición, especialmente en el contexto latinoamericano. En términos de tendencia, si lográramos concentrarnos en educación, innovación, mejoramiento de la competitividad y modernización admnistrativa, al parecer todo debería ir bien. Pero algo nos dice que esto tampoco será suficiente.

Existen crecientes señales de que algo no anda bien con nuestro “desarrollo”. Desde la perspectiva de la felicidad humana parece que no vamos en la dirección correcta.Leí en un reciente artículo sobre la "ciencia de la felicidad", que el sociólogo Eugenio Tironi mecionaba que "Chile comenzó a sufrir su erosión en los años 80, porque nos transformamos en una sociedad de mercado, individualista, competitiva y con pocas redes de apoyo en momentos de crisis". Aparentemente, esta sería una de las razones que explican por qué Chile se encuenrtran en un lugar medio-bajo de las tablas sobre satisfacción-país, mientras que alcanza áltos grados de performance en las estadística sobre desarrollo.

La verdad es que nuestra estrategia de desarrollo ha estado guiada por una concepción más bien materialista del desarrollo. El concepto de desarrollo admite diversas acepciones. Para algunos, se vincula más bien con el crecimiento del producto interno bruto de una nación, noción clásica vinculada más bien a la idea de crecimiento económico. Para otros, el desarrollo puede ser la creación de una sociedad en la que cada individuo tenga la posibilidad de cultivar sus capacidades en la mayor medida posible. Esta noción es atribuida al economista Amartya Sen. Finalmente, algunos pensamos, que el desarrollo debe ser la creación de estructuras sociales que permitan el desarrollo de personas, lo que implica seres que satisfacen no sólo unas ciertas necesidades materiales, sino sobre necesidades espirituales y morales. Esto que parece una bonita declaración de principios, se puede llevar al terreno de la política cuando lo colocamos en términos de binomios, por ejemplo: administración pública centralizada v/s mayor poder para comunidades locales y regionales; concentración económica en grandes empresas v/s fortalecimiento de pequeñas y medianas empresas; disminución de la asociatividad laboral v/s sindicatos fuertes y empresas comprometidas socialmente; emprendimiento desligado de consideraciones ambientales v/s desarrollo sustentable; etc.

Lo anterior no significa que la Concertación se haya despreocupado absolutamente del asunto. Las necesidades y el contexto social de ayer exigían satisfacer urgentes y serias necesidades económicas. En cambio, en el Chile del 2010 otras cosas empiezan a ser importantes. Si nos quedamos en lo material no podemos entender los resultados de estudios como los relativos a la felicidad social que nos indican que existen otras fuentes de satisfacción de las personas diferentes a lo material. En mi experiencia personal, una de las más importantes es el sentido de pertenencia a una comunidad determinada. Este principio puede traducirse en políticas públicas en la medida que estemos dispuestos a transformar nuestra manera de entender el desarrollo. Ahora bien, si lo que buscamos es realmente transformar la sociedad, también debemos aspirar a que nuestros líderes encarnen, sean testimonio, del propósito. En la Concertación, nuestros grandes líderes han sido ejemplos de ciertos valores que compartimos -vocación pública, honestidad, austeridad, solidaridad- pero muchas autoridades en niveles medios de la política y la Administración no lo son. He ahí dos grandes desafíos de futuro: orientar nuestras políticas públicas no hacia individuos, sino hacia el fortalecimiento de la asociatividad entre personas, y potenciar liderazgos que sean ejemplo vivo de aquellos valores en los que creemos.

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